Puede ser y es muchas cosas, listo como el hambre,
vago como la chaqueta de un guardia, una ameba sexual, un surtidor de caspa, pero
a la postre, si preguntas a cualquiera, todos te dirán que Koldo es el vasco de
Albacete.
Y es que el destino le ha negado su mayor deseo. No
hay nada mejor en la vida que ser vasco, y puesto a ser vasco, no existe mayor
muestra de perfección que nacer en Bilbao. Un vasco, vasco, un vasco perfecto
nace en Bilbao, joder. Porque Bilbao no es una ciudad, es un país en continua
expansión, donde siempre sale el sol, porque si no sale lo sacan a hostias. Allí
se inventó el fuego, el arco y la flecha, la rueda, los donuts y la txapela, ¡aiba
la ostia!
No obstante, el destino le jugó la mala pasada de
hacerle albaceteño de nacimiento.
Koldo fue atleta de joven. No es de extrañar. El tipo
es la radiografía de un suspiro. Con tan poca anatomía llegaba el primero a la
meta. Tenía un gran futuro como medio fondista y le ofrecieron becas y ayudas,
pero él lo encontraba muy fatigoso. Su especialidad eran los diez metros lisos.
Sí, diez.
Koldo desaparece en un abrir y cerrar de ojos cada
vez que surge un problema.
Lo ves. Ya no lo ves.
Qué zancada.
Qué brío.
Qué pedazo de cobarde.
Koldo es profesor en un lugar de cuyo nombre no
quiero acordarme porque no es Bilbao. Lleva en el instituto Ahítepudras toda la
vida. Ya forma parte del mobiliario. Los años pasan y Koldo queda.
El tipo deambula por recreos y otras zonas
comunes con sus andares de ave zancuda. Con esas pintas suyas de profesor
Bacterio parece un blanco ideal para los alumnos, pero nadie se le aproxima,
pues, a diferencia de los docentes, los estudiantes intuyen algo raro en él,
y no se le acercan ni en broma.
Y es que Koldo es un perverso clínico.
Como estudiante de Sicología le encantan los
experimentos de laboratorio y no hay mejor terreno de prueba que su
departamento. Le gusta malmeter, crear situaciones difíciles, solo por ver qué
pasa. A ver cómo reacciona la gente. Si es que el pobre se aburre.
Pero lo hace de forma que él jamás está en primera
línea de fuego.
Qué arte tiene el muy cabrón al marcar las cartas.
Una palabrita allí. Un hecho por la espalda. Dos o
tres mentiras. Y la inestimable colaboración del español medio, con un don
único para ponerse las orejeras y meterse en todos los charcos donde no hay
nada a ganar. El tipo ha logrado desquiciar a todos sus profesores, pero nadie
le achaca nada. Porque Koldo es como Julio César, divide para vencer. Los tiene
tan ocupados puteándose entre ellos que no les queda tiempo para buscarle las
vueltas a él.
Algunos confunden estas prácticas con cambios de
humor y lo achacan a su vagancia. Y hasta le han escrito un poema.
Gira
y gira la veleta
para
no dejarte saber
si
enseña culo o jeta.
Gira
y gira, coqueta,
la
muy paleta.
Koldo sonríe si alguna vez lo oye y se hace el
orejas. Y cuando alguien le hace un comentario, condescendiente, dice que sí,
que es un manta, ya su madre le llamaba «txoriburu» (cabeza de pájaro) porque
hacía las cosas sin pensar. Pero es mentira. Sus padres le tenían calado y le
consideraban un cabrón con pintas.
En el fondo, se sorprende un poco de que no le
hayan pillado el truco después de tantos años. La gente prefiere creer cualquier
cosa menos la verdad. No deja de resultar enigmático. Las personas son muy
malpensadas, pero luego se resisten a creer la opción mala, la única verdadera.
Está contento, pero su felicidad no es completa. Ay
si él fuera de Bilbao.
¡Menuda tribu has conocido, campeón!
ResponderEliminarEl Joan
Ni te lo imaginas.
EliminarMi idea es contar aquí todo lo contable, suprimiendo nombres y absolutamente todos los detalles identificativos. No aportan nada a este anecdotario.