Le
bautizaron Federico, le apodaron Fede y quiso ser llamado Fredy, vaya usted a
saber por qué, pero todos le conocieron como Humpty Dumpty a causa de la semejanza
entre su cabeza pelada al cero y el huevo protagonista de la famosa rima
infantil.
Era un sujeto titulado, sin duda: aprovechado cum laude, cínico sobresaliente y egoísta
doctorado. Tenía mucho éxito con las mujeres, algo sorprendente si se sopesaba su condición de enano paticorto con halitosis y no tanto si se sabía que su padre era
rico como Craso (y él hijo único).
¡Y qué no
harán ciertas bellas jóvenes por amor (al dinero)!
Alcanzó
la celebridad entre los tontolabas de sus amigos por sus métodos con las damas que acudían como moscas al panal de
rica miel de su fortuna. Tonteaba con todas, pero al final le gustaba tener una
esclava fija, algo que le valiera para un roto y para un descosido. Aducía que
era más barato. «Un tema de costes», solía decir. (Y lo decía él, que no le llegaban las luces para las cuatro reglas.) Otro candidato ruin al Nobel de Economía.
Su
criterio de selección era sencillo, estajanovista incluso. Montaba a la choni
poligonera de turno en el Audi, cogía la primera autovía que se le presentaba, ponía una casete de Camela a toda hostia y tira
millas. La candidata quedaba desechada si la mamada duraba menos de diez kilómetros.
A partir de los veinte, empezaba a considerar las posibilidades de la
aspirante.
—No me
gusta el esfuerzo físico. Sudar me asquea. Y además, follar es de camioneros. ¡Yo
soy un señor! Prefiero que me la chupen.
Qué verbo,
qué modales, qué donaire el de este donjuán.
Como
suele suceder con todos los ricos, Humpty Dumpty era un tacaño de cojones. Las
siervas le duraban lo que le duraban, entre poco y nada, y entonces llegaba el
momento de pasar por la aduana. Teniendo en cuenta sus hábitos, no había
embarazo posible, claro, pero resultaba difícil escapar con el bolsillo intacto
al fin de una relación.
Fredy
sabía que le tocaba pagar un riñón para que no hablasen demasiado ni contratasen
a algún abogado capcioso, es decir, a alguien como él. Así que
el huevo Kinder entraba en fase de endoso: miraba a su alrededor e intentaba
colocársela al primer primo que pillaba por banda. Sí, lo han adivinado, solía ser uno de los tontolabas de sus amigos. Hacía falta ser estúpido para pensar que alguien como Humpty podía tener amigos.
La esclava, viendo peligrar su
sustento, se aplicaba a ello como si le fuera la vida en ello, porque en el
fondo era así. Él les facilitaba el mapa de carretera para trincar al incauto y les ponía un plazo para conseguirlo. La desesperación tenía sus plazos y Fredy sabía que, transcurrido un tiempo, la muchacha caería en la cuenta de que lo mejor que podía hacer era sacarle los cuartos a él.
—Lo hago
por su bien. Una chica debe tener algo fijo.
Todo corazón.
El cabrón acabó a la altura de su leyenda: se le fue el coche en una «ronda de pruebas» y se empotró
contra un muro a doscientos por hora. Al final, mira por donde, Fredy hizo bueno el
estribillo de la nana: Couldn't put
Humpty together again (No pudieron recomponer a Humpty).
En el lugar del accidente acaban de abrir un restaurante, La tortilla. Siempre paso de largo, claro, pero no sin antes esbozar una sonrisa.
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