martes, 4 de junio de 2013

16. Viscosito

Hoy he tenido la mala suerte de ver las noticias de televisión y no he conseguido apartar la vista a tiempo. El tipo ha aparecido en todos los telediarios del mediodía con su rostro de espárrago y su traje caro de marca. Se me ha caído el alma a los pies al ver ahí a Viscosito, también conocido en sus años mozos como Desfalcator.
Le han nombrado presidente de no sé qué comisión para controlar no sé qué práctica bancaria. El carapolla sonríe sin decir esta boca es mía, pero la va a liar parda, eso seguro.
Debí de conocerle en tercero de carrera. Llamaba mucho la atención por su anatomía de plastilina y por su calvicie, absoluta y prematura. Algunas compañeras le llamaban Pocacosa, pues daba la talla para hobbit por los pelos.
Era un tío con cara de estreñido, y estoy siendo amable, porque la realidad es que esa jeta arrugada parecía una caca de perro. Lobo con piel de cordero. Sicópata disfrazado de empollón. Era el típico resentido con el mundo porque la vida no le iba bien, que a esas edades se resume en si ligas o no.
Menuda joya. Causaba sensación allí donde iba. Se metió en un grupo de cine bastante boyante, y en unos días desaparecieron las pelas, y hubo que suspender las actividades deportivas de un trimestre porque alguien había limpiado los fondos de la Universidad con un cheque falso. No se dijeron nombres, pero todos supimos que había sido el hombre de plastilina.
Era algo similar al principio de Arquímedes, pero en versión cutre: siempre que Vicente entraba en algún sitio, algo salía. Probablemente dinero, y casi seguro que estaba en sus bolsillos. O tal vez no. Los vocacionales del mal existen.
Al final le trincaron, claro, y aquello fue la sensación del campus. Todos pensamos que se lo había pulido en putas, porque con ese careto y esa mala baba no se comía ni un colín, pero no. El menda no se había gastado el dinero, lo había invertido con una rentabilidad... interesante. «Devolvió» las pelas y el beneficio, para gran regocijo del rector, y en vez de acabar entre rejas fue contratado por un banco.
Le perdí la pista durante una década, hasta que me lo encontré unas navidades puesto de cubatas hasta las pestañas. Aproveché para preguntarle por aquel desfalco de antaño, ese... pecadillo de juventud. Admití que me había extrañado mucho todo aquello, porque nuestro héroe venía de buena familia, no tenía necesidad de mangar ni un duro, pero Vicentito lo tenía claro.
—Eran unos fondos de alto riesgo. A papá no le gustaba que invirtiera en negocios tan peligrosos, y puestos a perder, mejor perder el dinero de otros.
Y me dedicó la misma sonrisa de piraña que ahora se gasta en las noticias.
¿El dinero de otros, cabrón? El de los contribuyentes, por ejemplo, ¿no, Viscosito?
¿Para cuándo la revolución?

sábado, 18 de mayo de 2013

15. Fantastic Four


Los cuatro fantásticos a que me refiero no son un grupo de superhéroes precisamente, tal vez por eso no se merezcan novelas gráficas ni películas, pero han hecho méritos sobrados para figurar en este blog.
Los protagonistas de esta historia son cuatro familias muy «especiales».
Memo es uno de esos motoristas torpes que se rompen varias veces todos los huesos del cuerpo sin meterse en la cabeza que lo de la moto y él es un amor imposible. Este vago profesional tiene el mérito de haber encadenado una de las mayores rachas conocidas de subsidios por desempleo, minusvalías varias y taras de todo tipo. Ha llegado a convertirse en propietario (endeudado hasta las trancas) de un adosado por eso del «milagro español», donde un tonto entraba a una sucursal bancaria para cambiar un billete de diez euros y salía con una hipoteca. Memo tiene otro gran hobby: el heavy metal. Y desde las diez la mañana atruena al personal con las canciones más rancias del género.
Solo interrumpe tan sano esparcimiento para discutir a cajas destempladas con su mujer, una tipa narizota llena de lorzas y con una cara de bruja impresionante. Y tras el intercambio de insultos (y golpes), hala, otra racioncita de Iron Maiden a todo volumen, porque a lo mejor en el Congo no conocen a la banda de sus amores.
Memo y Mema son una pareja empeñada en educar musicalmente al prójimo y no dan tregua el vecindario, porque cuando el tipo se va a dar un paseo con la moto, ella, ¡zasca!, pone Camela hasta que te entran ganas de vomitar.
Tienen un hijo porrero, Bobo, que entra y sale de la cárcel como si fuera un hostal, y una hija lista a la que no han vuelto a ver desde que cumplió los dieciocho años.
Los Taradón son tontos. Sin excepción. Para siempre. Desde siempre. Varios siglos de matrimonios entre primos han refinado su estupidez a un grado superlativo. Porque Taradín nunca ha sido de muchas luces, pero Lela es para darle de comer aparte. Juntos los dos, y sin mucha otra cosa que hacer, han tenido dieciséis hijos, de los cuales han sobrevivido únicamente tres, Burro, Corto y Zote. No voy a entrar a valorar si por suerte o por desgracia. La carrera por salvar el apellido Taradón acabó cuando el médico de la Seguridad Social le hizo una ligadura de trompas a Lela. Porque sí. Ya bastaba.
En el programa de igualdad de oportunidades para discapacitados, abierto tras la implantación de la democracia, Taradín consiguió trabajo como conductor de autobuses. Tras un carrerón de quince accidentes en un mes, los del Ayuntamiento, que a veces tienen el corazón de piedra y otras se pasan de buenos, le mandaron a las oficinas de la Empresa Municipal de Transporte con el cometido específico de apoyarse ocho horas en el muro de la entrada para evitar que este se cayera.
Y el tipo encima lo cuenta con orgullo. Pero ¿qué puedes decirle? ¿Que es tonto?
Hasta ahí, bueno, mala suerte. Pero el problema es que los Taradón son rencorosos, maldicientes, cotillas, envidiosos. No quieren subir ni mejorar. Se odian a sí mismos y lo pagan con los demás.
Los Zurra también son de aúpa. El patriarca, Recio, es un policía con juicios por malos tratos a los detenidos hasta 2032. El tipo no se inmuta ante semejantes minucias. Tiene otras causas pendientes que tampoco le quitan el sueño. Ha protagonizado un par de accidentes sonados, donde, además de tener la culpa e ir bebido, pegó al conductor del otro coche. Y encima no tiene seguro.
Recio Zurra debe dinero al ayuntamiento, a Hacienda, a su familia y al Corte Inglés. Solo ha conseguido sacarle dinero el Banco Santander, pero claro, hay que ser Emilio Botín para poder con este pieza. Es otro que está entre rejas a temporadas. Pero lo lleva bien. En la cárcel conoció a Bobo, el hijo de Memo, que le habló del estupendo barrio en que vivía su padre. Y se hicieron amigos, y luego vecinos, cuando Recio alquiló otro adosado en 1989. Hasta la fecha no ha pagado ni un chavo al casero, y cuando este le reclama las mil mensualidades que le debe, al tipo le entra la risa floja.
Recio está casado con una ladrona compulsiva, Sisa, y tiene dos hijos, los dos metidos en política, con cargos de medio pelo. Para chupar del bote sin que se les vea mucho, por consejo de Recio, un fino estratega.
Los Chúlez son bordes hasta decir basta. No se trata de que protesten con grosería cuando tienen razón, que lo hacen, sino que llevan eso de ser echaos p’alante a extremos insospechados. Echan sus bolsas de basura en los cubos de los vecinos y se los comen a gritos como a estos se les ocurra emitir la más mínima queja.
Tienen por costumbre dar fiestas movidas hasta las tantas, y ponen la música a tal volumen que tiemblan las estructuras de los edificios de alrededor.
El padre tiene voz de pito; la madre, de flauta; y la hija de camionero. No suman un gramo de inteligencia entre los tres. Y el nieto va por el mismo camino. ¿Conocen ustedes el juego de las formas? Es una actividad de educación inicial consistente en encajar unas figuras geométricas básicas. Da una pena ver al Nano intentando meter un rectángulo en un contenedor con forma de círculo. Gu, gu. El Nano tiene nueve años y lleva cuatro o cinco intentándolo. Qué nivel, Manuel.
Y como sobraba talento en la familia, decidieron prohijar a un descerebrado, un primo suyo que andaba suelto por el mundo, Ramón Fanfarrias, un fantasma del copón.
Cuatro apellidos. Cuatro familias. Los cuatro fantásticos.
Este póquer de ases ha convertido su rincón del barrio en un lugar fino y de categoría, razón por la cual, sin duda, se le conoce comúnmente como La Taza (del váter, claro).
El problema es que nadie tira de la cadena hasta que se lía.
Los Chúlez son más vagos que la chaqueta de un guardia y suelen aparcar donde les sale de las narices si así se ahorran medio metro de andar. Muchas veces plantan el coche en medio de un paso de cebra y es normal que lo dejen encima de la acera. Porque ellos lo valen. ¿Pasa algo, u qués?
El otro día, por ejemplo, eligieron el vado permanente de un chalé, el de Mihaela, una señora mayor, y encima rumana. ¿Mujer, anciana y rumana? Un ser de tercera para unos racistas como ellos, claro.
Ramón Chúlez miró la señal de prohibido aparcar y se echó una carcajada.
—¡Que se joda! —soltó, muy chulo él, y mientras dijo para sus adentros: «Seguro que no tiene papeles».
Y después de ese profundo pensamiento se metió un cocido y media botella de vino, argumentos de peso para echarse una siesta de campeonato, que hay que levantar el país. A eso de media tarde se despertó con picores por debajo del cinturón y decidió irse al puticlub, pero cuál no sería no su sorpresa al no ver su vehículo y descubrir que la señora rumana había avisado a la grúa.
—¿Que la vieja m’a mangao el coche?
Ramón volvió a su casa y armó la de Dios (mientras tomaba un tentempié, que sestear es agotador) y después, en compañía de su tío, visitó a los Taradón, a Memo y a los Zurra, pues el negocio estaba hecho a su medida. Y el corrillo de puerta en puerta acabó donde concluye todo en este país, en el bar, y allí empezó a correr el vino, se les calentó la boca, les hirvió la sangre y con los vapores del alcohol se les evaporó el poco sentido común que sumaban entre todos. A eso de la medianoche, cuando cerró el garito, no antes, decidieron hacer una visita de vecindad a la anciana. Es decir, iban a darle un susto para acojonarla y que se aguantara sin rechistar la próxima vez que estacionaran delante impidiéndole el paso.
Diez tipos contra una pobre vieja. Cuánto valor. Qué bravura. Serían el orgullo de los Tercios, y tal.
Así que al final se van todos en comandita al chale de Mihaela haciendo eses, unos por exceso de copas y los otros por sus problemas motrices. Se apelotonan en la entrada para infundirse valor y llaman al timbre, y como Mihaela ni se molesta en abrir, arman bulla, sueltan risas, cantan el «Cara al sol» y empiezan a envalentonarse.
No habría pasado nada, pues al fin y al cabo, unos fanfarrones nunca encierran gran peligro. El problema son los estúpidos. Siempre hacen algo indebido. Y para eso estaban ahí los Taradón. Burro tiró un chicle al interior del chalé, a su hermano Corto le hizo gracia y tiró una moneda de un céntimo (es agarrado además de tonto), y Zote arrojó una botella de cerveza con la mala suerte de que se coló por una ventana y le abolló la frente a un nieto de la señora Mihela.
Y se armó el belén, claro.
Ninguno de estos tarados mira más allá de sus narices, si no habrían sabido que Mihaela tiene cuatro churumbeles: Constantin, Florín, Adrián y Marian, y todos con más antecedentes que Caín. Constantin está metido en la trata de blancas y medio regenta un burdel. Florín presta dinero con usura (y mejor no entrar en detalles sobre sus sistemas de cobro). Adrián encabeza una banda de chatarreros, dice él, pero ha ido al trullo por otras cosas, según el juez, y Marian mangonea a cien mendicantes, que están de sol a sol en los portales de todas las iglesias a ver qué sacan.
Mientras la anciana lloraba por el nieto descalabrado salieron por la puerta cuatro tíos barbados grandes como armarios y empezaron a repartir hostias como panes. Los graciosos recibieron hasta en el carnet de identidad.
Recio Zurra tuvo tiempo de llamar a la policía, que, para desgracia de todos, se personó en un pispás. Los rumanos les dieron estopa, y la pasma volvió con refuerzos, pero los cuatro hermanos habían llamado a su gente que, acostumbrada a ver volar las cuchilladas, no tuvo problema en dar una somanta de leches a los municipales y a los antidisturbios.
Algunos vecinos grabaron todo con los móviles y subieron las imágenes a internet. Fue un notición en los medios de comunicación locales y las televisiones lo emitieron a bombo y platillo, antes de que se impusiera la cordura y la libertad de información (sin pasarse), y pensaron que no hacía falta dar ideas ni decir que las fuerzas de seguridad no cortaban ni trinchaban ni pizca en ciertas zonas de ciertas ciudades.
En La Taza, los mentecatos provocadores del entuerto fueron saliendo del hospital poco a poco y se dedicaron a odiar a los rumanos en sus casas, y calladitos.
Pero no por mucho tiempo.
A pesar de todo ese follón, Taradín de Taradón no terminó de pillarle el punto al hecho de que no convenía bloquearle la salida a la señora Mihaela y empezó a aparcar allí porque siempre estaba libre, y así se ahorraba el dar vueltas en busca de un sitio.
Siempre fue un majadero.
Por suerte para Taradín, su ángel de la guardia es un tipo con influencias. Eso, o la señora Mihaela tiene grandes dotes didácticas.
Sea como fuere, un día el coche de Taradín apareció sin ruedas ni asientos ni motor. Y oye, fíjate, a partir de ese momento todo el mundo respeta el vado permanente de los rumanos.
Si es que hablando se entiende la gente.


viernes, 10 de mayo de 2013

14. Manolo

Es uno de esos tipos que dice todo lo que piensa, una imbecilidad tras otra, por cierto, y nunca piensa lo que dice, y es que Manolo tiene la boca muy grande y el cerebro muy chico, tanto que solo le cabe dentro una neurona, para su desgracia y la de los demás. Enterao de tasca. Opinaor de carajillo y anisete. Carne de puticlub. Escoria.
Es un cobarde.
Y un bravucón.
Y un ventajista.
Y un abusón.
La definición de machista se le queda corta. Manolo, el machote de dientes amarillentos y tripa cervecera, saca la mano a pasear por un sí o por un no. Pero solo contra niños y mujeres. Qué héroe. Qué valiente. Maltratador de pro. Su simple existencia hace del mundo un lugar peor.
Este país va muy mal cuando un saco de mierda como él no está entre rejas y un montón de mamarrachos le ríen las gracias en el bar.


jueves, 2 de mayo de 2013

12+1. Gollum


Mordor Inc. es una multinacional de servicios financieros con una filial en España. Esta, desde su sede central, sita en un parque empresarial de Majadahonda, controla cientos de oficinas y extiende la miseria a todo el país con las armas de siempre: publicidad engañosa, préstamos con usura, contratos leoninos (escritos en letra tan minúscula que Superman necesitaría gafas para leer las cláusulas) y dinero para comprar la impunidad en un país donde la corrupción campa por sus anchas y el cuarto quilo de alcalde o de consejero autonómico anda en los saldos.
Allí trabaja Gollum, un soriano de cuarenta y tantos, mal gestor y peor persona. A lo mejor tuvo un nombre, pero nadie lo recuerda. En cuanto ves a ese canijo narizón de pies grandes y orejas puntiagudas entiendes por qué le llaman así. Ha gastado sin éxito una fortuna en tabicar sus dientes podridos con carillas de porcelana y los injertos de cabello le han llevado de peinarse como Jordi Pujol a tener un look a lo Anasagasti. Da igual. Sigue siendo clavadito al personaje del cine.


Todo ser humano medianamente sensible tiene la tentación de compadecerle al ver su cuerpecito. Y es un error, porque ese mierdecilla es un sicópata de aúpa y resulta más aborrecible en lo moral que en lo físico. ¡Y mira que es difícil!
Está convencido de que no existen los amigos (quizá porque él no tiene ninguno) y no se le conocen relaciones personales a ningún lado de la acera. Los enteraos de turno hablan de una novia en sus años de universitario, y el muy hipócrita alega que era muy mala (y lo dice él) y que le causó un gran trauma. Mentira, y de las gordas. Hay muchas pervertidas en el mundo y aún más desnortadas. Lo sé. Pero no existe en la faz de la Tierra ninguna perturbada capaz de mantener una relación con el hobbit oscuro.
Mordor Inc. se enorgullece de no haber despedido jamás a ningún empleado. No le hace falta. Tiene a Gollum, uno de los mejores acosadores laborales de Europa. Le falta el anillo para ser igualito que el personaje de ficción, eso es verdad, pero en tema de negritud del alma, el tipo le puede echar un pulso a Sauron y a lo mejor nos llevábamos una sorpresa.
El hobbit chungo es un estajanovista vocacional del acoso: trabaja a la víctima en los pequeños detalles todos los días laborales para negarle el sosiego, siempre hay un reproche, un fallito, un recadito; le mina la moral con paciencia (de hecho, lleva un fichero Excel para medir bien cada ataque); le busca las vueltas a sus actos y malinterpreta a sabiendas cada palabra; no le deja defenderse nunca; y la acorrala.
La esencia es agotar al empleado, convencerle de que es un trozo de carne sin valor y cuando lo ha conseguido, ni amenaza de expedientes ni hostias, eso es para mediocres, él acude con el mangante de Recursos Humanos y le ponen de patitas en la calle. Sin indemnización ni zarandajas.
Y el muy bastardo ha mejorado con los años.
Para aguantar esta plaga de jefes negreros este país lleva empastillado una década. Al principio, eso supuso un desafío para Gollum, pues los viejos trucos no causaban los mismos efectos cuando el acusado iba puesto de ansiolíticos hasta las cejas, pero se recicló como solo son capaces los hijos de puta.
Antes de la crisis, Gollum garantizaba a su empresa entre 30 y 50 despidos anuales, perdón, desincorporaciones. (Menudos fariseos.) No veas cómo trabajaban los orcos y los trasgos de toda la red de Mordor Inc. Exprimían a todo incauto que se ponía a su alcance, porque sino les destinarían a la oficina del hobbit, un puto zulo del que nadie salía vivo.
Los jefes yanquis fliparon al ver las estadísticas de semejante portento y mandaron una legación desde Estados Unidos para estudiar en vivo a Gollum. Y los tipos se lo curraron. Le hicieron un marcaje en condiciones; pero ellos no vieron a una mala persona, ni a un resentido con dificultades a la hora de relacionarse con el prójimo, sino a un filón. El hobbit se llevó un ascenso y una calificación para su trabajo, él era un coach tóxico innato y sus prácticas, anticoaching de primerísimo nivel.
Mordor Inc. creó una sociedad limitada y puso al frente al soriano. Tenía un nombre raro. Asesoramiento de no sé qué. Consultoría de no sé cuántos. Adecuación de Recursos Humanos. Optimización de perfiles laborales. Vamos, lo que suele hacerse en estos casos, envolver con palabros vacíos la finalidad de la empresa: joder a los demás y cobrar por ello.
Luego, el gobierno hizo el resto con una legislación laboral «alegre» en materia de despidos. (Ojo, facilitaban el destierro laboral para crear empleo.) Muchas grandes empresas se frotaron las manos y empezaron a pensar en formas creativas (y baratas) de rejuvenecer sus plantillas. O sea, disminuir el coste salarial. Es decir, despedir a cien empleados veteranos caros y contratar a treinta pipiolos para hacer el mismo trabajo. (Lo harían necesariamente peor dado su menor número e inexperiencia, pero ¿desde cuándo ha importado la calidad del servicio en España?) De ese modo se ahorraban trienios, derechos adquiridos, gratificaciones. Uf, qué pesadilla.
Los patronos debían aprovechar al máximo aquellas rebajas, eran muy conscientes de ello, pero la codicia ciega al hombre de negocios más cabal y ponderado, y al final, los muy cabrones, pensaron que lo más conveniente para la economía (la suya, se entiende) era no pagar nada por los despidos. Ni procedentes ni improcedentes. Querían barra libre, un «a la puta calle porque sí». Y llamaron a Mordor Inc. por si era posible reducir sustancialmente la partida de ese gasto.
Y sí, Gollum, el coach tóxico, tenía la solución a sus problemas. Por un precio indecente podía hacer un trabajo indecente.

domingo, 28 de abril de 2013

12. Nina y Koldo

He llegado a saber recientemente que dos viejos conocidos de este blog (para más detalles basta ver los posts del mes de febrero) entraron en contacto, o mejor dicho, en colisión, hace ya un puñado de años. ¡Qué casualidades tiene la vida! (El mundo es un pañuelo y España, un Kleenex.) Koldo se enteró de lo que valía un peine cuando conoció a Nina.
Nuestra heroína presentó su candidatura a cabrona mayor del reino en el último año del instituto. Necesitaba más nota en Matemáticas para pasar el corte de Selectividad, como si la muy bruta pudiera estudiar otra carrera que no fuera Asnología, razón por la cual pidió revisión de examen. Koldo flipó en colores. La albóndiga quería un sobresaliente a pesar de tener un cinco pelado, es decir, había sacado un tres y pico y le había aprobado para que le cuadraran los porcentajes. Cuando un profesor tenía un índice de suspensos demasiado elevado le breaban a informes por estropear la tasa de rendimiento del centro, y él era un vago de siete suelas, así que optó por darle un aprobado «político». Por no cercenar el futuro de la alumna. Por el instituto. Por la calidad de la enseñanza. Por la causa. Por la patria. Por no dar golpe.
Pero lo del sobresaliente era excesivo. Koldo se negó a levantarle la nota. Muy digno él. Una caradura ella. ¿O era al revés? Con estos dos nunca acabo de tenerlo del todo claro.
Sea como fuere, la albóndiga le metió una demanda por acoso sexual sin pestañear. Sin testigos ni pruebas ni razón, pero con un abogado, una montaña de patrañas y un mar de lágrimas para que colase la trola.
Nadie creyó a Nina. En parte porque era mentira, y sobre todo porque Koldo, virgen a los 48 años, no daba el perfil ni por asomo. Fue uno de esos casos curiosos en que los defectos del reo exculpaban a este social y jurídicamente.
Eso sí, fue un trauma para él: estuvo rellenando papeles, formularios y otras mandangas hasta decir basta. Hacía años que no trabajaba tanto.
Y así fue como el vago conoció a la jeta.


lunes, 15 de abril de 2013

11. Nerea

Judas a su lado era un aprendiz. ¡Y por treinta monedas, habrase visto despropósito mayor! De niña se ponía enferma cada vez que el cura leía ese pasaje de los Evangelios. Por el hijo de Dios el muy merluzo tendría que haber sacado cien veces más. Y para más inri debía identificarle en el huerto de los Olivos, con lo cual corría un riesgo personal. ¡Encima! Una cosa es ir por la espalda, y otra pringarse. Eso debía pagarse como un plus. Todo traidor que se precie ha de pensar en la continuidad, y si te implicas no duras en ese negocio. Lo dicho, Judas era un aprendiz y un incauto de tomo y lomo.
Y luego el muy tonto va y se ahorca por remordimientos. Si es que Dios da pan a quien no tiene dientes. ¡Ella jamás desaprovecharía una oportunidad así!
No. Desde luego.
Nerea nunca ha tenido problemas de conciencia. Ombligo sí, y morro también, pero la conciencia es un concepto ajeno a la muchacha. Posee un concepto elevado de su talento. Habría vendido a su madre por dinero, si es que alguien hubiera estado dispuesto a pagar por esa vieja carcamal de lengua viperina aficionada al coñac, pero jamás por cuatro perras. Sostiene que la traición no puede ser barata. En su despacho tiene un póster que reza: «Si pagas con cacahuetes solo trabajarán para ti los monos».
Barata no es. Imagino que ya se habrán dado cuenta.
Y eso es una convicción que le viene de lejos. Las compañeras del colegio le cantaban «Acusica, barrabás, en el infierno te verás y nosotras en la gloria, comiendo pan y cebolla». Pero lo cierto es que las tenía acongojadas a todas con sus chivatazos. Además, si la gloria era comer pan y cebolla, Nerea prefería el infierno con Chanel, Ralph Lauren y Armany. Las beatas siempre fueron unas ordinarias.
Durante años fue propietaria de una agencia de detectives y ahora, con la crisis y este ambiente tan sanote que reina en la vida pública española, ha ampliado el chiringo: forma parte de la cúpula de un partido político. No me pregunten cómo, aunque me da el barrunto que tiene fotos de todos y las ha hecho valer.
Ocupa un despacho en la sede nacional. En la puerta de su oficina no figura cargo o mención alguna. No hace falta: todos evitan pasar por delante si es posible y nunca dejan de entrar si hay que jugar sucio. Y es que Nerea, como Judas, tiene una reputación.


miércoles, 3 de abril de 2013

10. Paola


De joven, según cuentan las malas lenguas, se empolvaba con frecuencia la nariz. Un par de tiros por cada tocha, lo justo para seguir la noche. Me gustaría creer esos rumores, básicamente porque un cerebro achicharraíto por la cocaína explicaría ese cruce de cables permanente de la colega. También puede ser cosa de la edad. O de no comerse un rosco desde que Colón zarpó para hacer las Américas. O de ser invisible incluso para su perro, la única criatura del universo condicionada para sentir un mínimo afecto por esa hija de la gran puta.
Lo bueno es que se le ve venir, o mejor dicho, que se la oye. El frufrú de su peinado es inconfundible. La tipa debe de meter los dedos en el enchufe todas las mañanas a juzgar por esos pelos de punta que se gasta y esos ojos de loca electrocutá, con las pupilas a punto de escapársele del blanco de los ojos.
Sea cosa de la coca o de la hijoputez que le corre a litros por las venas, esta tarada es una metemierda de aúpa. Y no hay forma de escapar a sus iras: la has cagado si le caes mal y estás apañado como le hayas hecho tilín, tolón, o lo que su perturbada cabeza de chorlito haya interpretado como afecto, porque los quereres de Paola son como las siete plagas de Egipto, pero en versión cutre.
A ella le gusta mangonear, salirse con la suya, imponer su voluntad, que la gente le obedezca. ¿Por qué? Porque sí. Porque le sale a ella de los mismísimos. Ay, esta pequeña Hitler. Pero lo lleva crudo en este sindiós de país donde los ciudadanos perdieron hasta el menor atisbo de disciplina en el jardín de infancia y todo el mundo quiere ser tratado como Dios padre.
Eso la tiene desquiciá a la pobre. Va por los pasillos como un quijote cualquiera, cargando contra unos gigantes que solo ve ella. Pero a diferencia de Alonso Quijano, esta perturbada dinamita molinos o lo que se le ponga por delante sin pestañear, y eso que va puesta de Lexatín casi todos los días.
La gente no es tonta. Paola huele a azufre y eso se nota enseguida, pero da igual cuántas precauciones se adopten. Es imposible esquivar siempre la bala.
Va el buenazo de Matías, el jefe de su Sección, por un suponer, y le dice que no puede cursar su petición de ascenso porque ese puesto exige hablar idiomas y tener un título universitario. Es un requisito administrativo, un dato frío, pero ella lee entre líneas una verdad: es una puta vaga que lleva 25 años haciendo Derecho sin haber aprobado hasta la fecha más que tres asignaturas.
Vuelve a casa, agraviada, agarra a Cuqui y se pasa la tarde, acariciando al can y rumiando su venganza entre anisetes.
—Tú eres el único que me entiende, perrito.
Y como es verdad, el chucho de lanas sabe a la perfección cómo se las gasta su ama, no menea ni un pelo. (El rabo se lo han cortado ya.) Se queda inmóvil como un peluche por lo que pueda suceder, y lo que va a pasar está claro: va a correr la sangre, y en la mejor tradición de la guerra de guerrillas: tirar la piedra y esconder la mano.
La habilidad de Paola consiste en tomar un hecho y masticarlo durante horas hasta convertirlo en algo que un jefe sin muchas luces pueda considerar un ataque personal a su autoridad. Y entre que ella es una cabrona con pintas y que en su empresa jefes sin materia gris los hay a patadas, pues claro, se monta la de San Quintín un día sí y otro también.
Pero donde Piolín, digo, Paola, lo borda es en el marketing. Si acude a un jefe con problemas de autoestima porque es un mierda puesto a dedo y no sabe nada del negocio, presenta los hechos como un caso claro de insubordinación a su liderazgo. Si es una mujer harta de soportar a un marido putero porque tiene tres churumbeles que alimentar, estamos ante un caso claro de infidelidad (a la empresa). Basta con presentar el caso como una prolongación de la neura personal de quien decide.
¿Cómo acaba el cuento? Ahora el despacho de Matías es más pequeño que la caseta del perro y está advertido que a la próxima tontería se va a la calle. El pobre aún no se ha pispado de dónde le ha venido la hostia.
Viéndola con esas pintas de maniquí del Corte Inglés al que le ha salido joroba, nadie podría imaginar que la cosa esa tuvo esposo y dos hijas. Estas salieron por patas a los dieciocho años y cinco segundos, hoy que ni dios se va de casa hasta bien cumplida la treintena, y el marido, bueno, para eso hay dos versiones: la más amable le sitúa en Australia y la otra, más probable, a dos metros bajo tierra.
Paola ocupa una posición de privilegio en este catálogo de tipos despreciables y gentes de mal vivir. Estoy de acuerdo con que hay que curar a los dementes, pero con ella haría una excepción. Está para encerrarla y perder la llave en el fondo del mar, matarile, matarile, rile, rile, y que sea para siempre, matarile, rile, ron, chimpón.


lunes, 25 de marzo de 2013

9. Crispín


Tontolaba supino, redicho, mamarracho, pijo, niño de papá. Estoy siendo blando con él, lo sé, pero supongo que los años endulzan el recuerdo.
Un futuro protagonista de este blog me envió ayer un enlace, pincho y me entero de que Crispín ha desaparecido tras protagonizar un espectacular alzamiento de bienes. Igual que su progenitor, aunque sin tanto estilo. Miles de trabajadores han quedado en la calle, pero en estos días siete mil parados ni se notan. Solo dan para una semana de titulares en las noticias de la televisión autonómica.
Conocí a Crispín padre hace la torta de años y un poco más. Un tipo elegante y seco, con ese rictus de lagarto viejo tan propio de los prohombres del franquismo. Impresionaba un poco, porque un ojo le miraba a Cuenca y el otro a Tombuctú. Tenía un coco fuera de lo común y tablas para decir una cosa y la contraria en la misma conversación, como todos los hombres de iglesia. Sénior (llamarle Papuchi, como hacía su retoño, me parece excesivo) hizo fortuna con Franco. Levantó un imperio de la nada. Amasó una fortuna tal que al cabo de tres décadas figuró en la lista de los más ricos del país.
Y entonces se armó el belén: le secuestraron en los años mozos de la democracia, cuando todo iba a ser chupilerindi y el mundo parecía recién pintado, que diría Sabina, con ilusión y marihuana a falta de pintura.
Fue un asunto turbio y nunca del todo aclarado. Crispín padre permaneció en cautiverio cerca de un año. La familia pagó el rescate, pero el secuestrado no llegó a ver la luz, se les murió; al parecer, estaba enfermo del corazón.
Tienes mucho tiempo para pensar cuando estás metido en un zulo. Allí descubres que tu vida de éxito es una puta mierda y que los millones no te hacen feliz ni libre, que estás lleno de servidumbres, que tus hijos son unos inútiles y unos ingratos, que tu mujer es una máquina de quejarse a pesar de que la tienes podrida de millones, que todos los reconocimientos son fingidos, que no puedes comprar más vida, que aquello estaba bien cuando tenías todo el tiempo por delante, pero no cuando la muerte asoma. Y la solución siempre es la misma: soltar lastre.
El tipo pactó con sus secuestradores el lugar de la liberación, Barajas, y se agenció con facilidad un pasaporte falso, preludio de lo que vendría después, una vida falsa primero en Chile y luego en Brasil, donde se dedicó a las dos cosas que más le gustaban: las mulatas y la cirugía estética. Las malas lenguas dicen que se especializó en cambiar la fisonomía de los narcos para ayudarles a pasar desapercibidos. El tipo era un hacha para los negocios. También se rumorea que vendió a sus clientes y la DEA le buscó acomodo en Estados Unidos. No sé si creérmelo, aunque los escrúpulos no iban a ser su problema, de eso estoy seguro.
Crispín Junior y yo fuimos compañeros de aula. No curraba ni por equivocación, venía en coche caro al colegio (siempre andaba jugueteando con las llaves del deportivo, para refrotárnolo por los morros, básicamente) y nunca llevaba menos de diez mil pesetas encima. Era un tipo blando y remilgado que estaba pidiendo un par de hostias como el comer. El problema es que en vez de dárselas le confiaron una multinacional. Lo normal en este país, vamos.
El mamarracho ha protagonizado el mayor desfalco de la historia, dicen, pero eso deben de ser exageraciones. Ningún récord de estafa o corrupción dura mucho en esta España de pandereta. En eso somos una potencia, como en motociclismo.
Sea como fuere, Crispín ha cogido las de Villadiego con un buen pellizco. Deja deudas, esposa y heredero. Y a juzgar por las fotos, y a pesar de sus cándidas diecinueve primaveras y sus buenas palabras con los afectados, la criatura promete seguir la tradición familiar.