Es posible llegar a ser tan hijoputa como Juan José
Javier, pero para eso hace falta entrenar mucho. No está al alcance de
cualquiera pasar de príncipe de Triana a duquesa de Móstoles. De señorito
andaluz venido a menos a homosesuá respetao, como dicen en la radio.
Más de uno se deja engañar por su rostro fofo de
gelatina, pero tiene la cara de cemento armado, y un hocico que le llega a
Portugal, y unas manos finas, de esas que solo se consiguen tras varias
generaciones sin dar un palo al agua, terminadas en unos dedos largos, largos,
largos. «Para coger mejor el dinero de los demás», le diría a Caperucita el
lobo travestido de abuela.
El menda lerenda regenta una franquicia
inmobiliaria desde la que ha elevado la dialéctica del mercado a sus más altas
cotas, hasta convertirla en un metalenguaje del timo.
El «piso coqueto» es una puta caja de zapatos y el
«apartamento a reformar» significa que para poder entrar hace falta lanzar un
cartucho de dinamita, y luego, bueno, luego ya veremos.
También ha elaborado una versión alternativa de las
matemáticas. 50 metros útiles escriturados son 70. 70 son 90. 100 se convierten
en 150. El muy truhan la llama la progresión estimada. Estima si el cliente ve
bien, si tiene o no luces, y le mete el palo, bueno, el palo de la fregona, el
cubo y un ladrillo si el incauto se deja.
Pero donde este amo de la hipérbole se crece es la
improvisación, cuando los clientes le ponen a prueba con sus nimiedades:
—Esa pared está torcida.
El tipo se atusa la corbata, se ajusta los gemelos
del Real Madrid y sin rubor alguno suelta:
—Qué va. Es un efecto óptico.
Todas las inmobiliarias de Móstoles hasta
Navalcarnero citan como ejemplo una de sus ocurrencias más célebres. Sucedió mientras
vendía a una anciana un apartamento interior dos pisos por debajo del suelo.
Oscuro como boca de lobo. Y tan húmedo que hasta las ratas se iban para no
pillar artritis. No valía ni para ocultar alijos de droga. Vamos, que no se
metía ahí ni Alí Babá puesto de grifa hasta las cejas.
—Me parece un poco oscuro —adujo la señora,
dubitativa, al ver semejante antro: sin una ventana e iluminado por una
bombilla a punto de agotarse.
—Eso es ahora, porque son las siete de la tarde. De día lo verá
todo de otra manera.
Qué
arte el tuyo, JJJ.