martes, 4 de junio de 2013

16. Viscosito

Hoy he tenido la mala suerte de ver las noticias de televisión y no he conseguido apartar la vista a tiempo. El tipo ha aparecido en todos los telediarios del mediodía con su rostro de espárrago y su traje caro de marca. Se me ha caído el alma a los pies al ver ahí a Viscosito, también conocido en sus años mozos como Desfalcator.
Le han nombrado presidente de no sé qué comisión para controlar no sé qué práctica bancaria. El carapolla sonríe sin decir esta boca es mía, pero la va a liar parda, eso seguro.
Debí de conocerle en tercero de carrera. Llamaba mucho la atención por su anatomía de plastilina y por su calvicie, absoluta y prematura. Algunas compañeras le llamaban Pocacosa, pues daba la talla para hobbit por los pelos.
Era un tío con cara de estreñido, y estoy siendo amable, porque la realidad es que esa jeta arrugada parecía una caca de perro. Lobo con piel de cordero. Sicópata disfrazado de empollón. Era el típico resentido con el mundo porque la vida no le iba bien, que a esas edades se resume en si ligas o no.
Menuda joya. Causaba sensación allí donde iba. Se metió en un grupo de cine bastante boyante, y en unos días desaparecieron las pelas, y hubo que suspender las actividades deportivas de un trimestre porque alguien había limpiado los fondos de la Universidad con un cheque falso. No se dijeron nombres, pero todos supimos que había sido el hombre de plastilina.
Era algo similar al principio de Arquímedes, pero en versión cutre: siempre que Vicente entraba en algún sitio, algo salía. Probablemente dinero, y casi seguro que estaba en sus bolsillos. O tal vez no. Los vocacionales del mal existen.
Al final le trincaron, claro, y aquello fue la sensación del campus. Todos pensamos que se lo había pulido en putas, porque con ese careto y esa mala baba no se comía ni un colín, pero no. El menda no se había gastado el dinero, lo había invertido con una rentabilidad... interesante. «Devolvió» las pelas y el beneficio, para gran regocijo del rector, y en vez de acabar entre rejas fue contratado por un banco.
Le perdí la pista durante una década, hasta que me lo encontré unas navidades puesto de cubatas hasta las pestañas. Aproveché para preguntarle por aquel desfalco de antaño, ese... pecadillo de juventud. Admití que me había extrañado mucho todo aquello, porque nuestro héroe venía de buena familia, no tenía necesidad de mangar ni un duro, pero Vicentito lo tenía claro.
—Eran unos fondos de alto riesgo. A papá no le gustaba que invirtiera en negocios tan peligrosos, y puestos a perder, mejor perder el dinero de otros.
Y me dedicó la misma sonrisa de piraña que ahora se gasta en las noticias.
¿El dinero de otros, cabrón? El de los contribuyentes, por ejemplo, ¿no, Viscosito?
¿Para cuándo la revolución?