sábado, 9 de marzo de 2013

7. Pacocaco


El otro día tuve la mala idea de encender la televisión a la hora de la comida y me lo encontré ahí, protagonista del escándalo financiero de la semana, con su voz aflautada, sus cejas pobladas y su sonrisa bonachona. A juzgar por su cara uno pensaría que no había roto un plato en la vida, pero ese hombre se ha cargado vajillas enteras. Lo sé bien, le conozco desde hace treinta años, ahí es nada.
Responde al nombre de Paco Taco, aunque en el colegio le llamaban simplemente Taco. Por aquello de ser poca cosa en lo físico y un mierda en lo moral. Paquito apuntó maneras desde el principio. Sobresaliente en Matemáticas. Era un hacha con los números. Y tenía una mano bien larga.
El lumbreras iba a misa todos los recreos. Los niños se burlaban de él y los curas aceptaban con sorpresa la presencia de un muchacho sonriente y callado, sin demasiadas muestras de devoción por otro lado. Pero Paco Taco seguía ahí, el monaguillo eterno. Con qué garbo y alegría pasaba la bandeja. Claro que sí. Sisó dinero de todas las colectas durante una década, pero al final le pillaron
El director del colegio se quedó muy contento después de sacarle al padre de Paquito hasta las entrañas a cambio de no denunciar al ladrón ni incoarle un expediente por no sé qué cosa de delito continuado. El progenitor conocía bien a su retoño y pagó sin rechistar.
Y luego, el bueno de don Damián, que como a todo buen director de una institución religiosa que se precie le iba la marcha, le colgó el sambenito: en todas las clases de Religión hablaba de la crucifixión del Señor, ajusticiado entre dos ladrones. Y siempre apostillaba:
—Como Pacocaco.
Y con Pacocaco se quedó.
Coincidimos en la Facultad. Era un par de años menor, si no recuerdo mal, pero era imposible no tener noticias de él. Causaba sensación allí donde iba. Se metió en un grupo de cine bastante boyante, y en pocos días desaparecieron las pelas. Voilá. Formó parte de un grupo de radicales, muy aficionados a las pintadas, y a la semana los entrullaron a todos, a todos menos a él, claro. Le acusaron de ser un chivato, pero Pacocaco ni se inmutaba.
Se marchó a Madrid en busca de oportunidades cuando acabó la carrera. Había miles de empresas dedicadas al negocio de la construcción y se encontró como pez en el agua en aquel paraíso de contabilidades B, dinero negro y escrúpulos escasos. Según dicen en el telediario ha acumulado un patrimonio personal de unos 40 millones de euros. Por lo que veo, ha triunfado como la Coca-Cola.
En la pantalla de la caja tonta puede intuirse su rostro entre una nube de micrófonos. Proclama su inocencia con esa cargante voz de pito y afirma que está seguro de contar con todo el apoyo del partido. Con ese doble lenguaje tan propio de los tahúres deja claro que tiene papeles de todos y no se va a comer el marrón solito.
Van dados si esperan que Pacocaco se ponga nervioso.
Cuando le llevaron a presencia del director después de haberle trincado con las manos en la masa, Pacocaco no mintió ni se humilló, el angelito, con solo 16 primaveras a sus espaldas, se limitó a preguntar:
—¿Cómo me han pillado?
—Lo preguntas para no volver a hacerlo, ¿verdad? —inquirió el padre Damián, un tanto sorprendido por el hocico de cemento armado del joven pupilo.
—Lo pregunto para no cometer ese error otra vez.


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