domingo, 10 de marzo de 2013

8. Evaristo

Podría presentarle con aquella frase hecha de «trabajaba como», pero ni los más viejos del lugar recordaban haberle visto mover un papel que no fuera el boleto de las quinielas. Era segundo secretario adjunto de la Junta Rectora del Hospital El Roto. Hacían falta pelotas para poner semejante nombre a un centro de rehabilitación, pero al gobernador civil le pareció adecuado con esa lógica espartana de después de la guerra y no hubo más que decir. El centro tiene más médicos, fisioterapeutas y masajistas que pacientes.
Al parecer, con esta coña de la democracia terminó por saberse que los enfermos salían peor de lo que entraban. Los de Interviú no tenían bastante con enseñar tías en bolas, no, encima debían publicar reportajes de denuncia. «Hace falta ser mala gente», pensaba Evaristo, lo cual ocurría de ciento a viento.
Evaristo era el full de ases y reyes de la iniquidad o, mejor dicho, en sus términos, un pleno al 15.
Una gallina tenía más valor que él. Era torpe como un cerrojo viejo, vacío como un domingo sin plan, cabezota como la mula Francis, y repugnante con ganas, ninguna metáfora haría justicia a su fealdad.
Dios no hizo de él un Cicerón, eso está claro, en sus buenos momentos hablaba como el Pato Donald, y solo resultaba posible entenderle si se había hecho un máster en chino o se habían pasado unas vacaciones en Zamora, aprendiendo sanabrés.
Pero Evaristo tenía un don, alguno debía tener: ser el rey del ventilador (de mierda). Tras décadas de no hacer absolutamente nada, Evaristo se había especializado en rumores, infundidos, calumnias, chismes, hablillas, patrañas, bulos.
¿Recuerdan ustedes al protagonista de La cizaña, aquella historia de Astérix y Obélix? Pues ese tipo despreciables era un santo en comparación con Evaristo y sus célebres encamisadas de esquina. 
El verano pasado se electrocutó al encender un ventilador. El cable debía de estar algo pelado tras treinta años de uso. Pero es que a su lado, Harpagón, protagonista de El avaro de Molière, era una alma generosa. Lo dicho, Evaristo era un pleno al 15.

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