sábado, 2 de febrero de 2013

2. Nina

Los padres vinieron de Italia a buscarse la vida. (¿A España? Muy listos no eran.) La niña era cuanto tenían en este país extranjero. Por eso la cuidaron tanto. Quizá la cuidaron de más a juzgar por lo que ahora puede verse. A los veinte años parece la bruja chunga del cuento. Es joven, pero por los rebordes de su anatomía asoma un mal rollo que te cagas.
Sí, sí. Lo disimula. Sonríe. Se disfraza de Heidi. Se pinta las uñas en plan arco iris. Se viste a lo Barbarella. Pero no es Jane Fonda. Le falta por lo alto y le sobra por lo bajo. Nina es ancha de baos, que decían los clásicos. Lo que mi abuela llamaba retaco de culo gordo.
El angelito ha de salirse con la suya. Fue así desde el colegio, donde aprendió su decálogo de verdades:

1. Verdad es lo que me conviene
2. Incordia para conseguir lo que quieres
3. Soy la hostia
4. Los demás son instrumentos

Ya, ya, sé que faltan seis axiomas. Nina no necesita más. Es una tocapelotas profesional y, de hecho, ni siquiera ha de mirarse al espejo.
—¿Hay alguna más guapa que yo, mamá?
Pues últimamente, la verdad es que cualquiera, porque se le han puesto unas pintas a lo Chucky, el muñeco diabólico, que da dentera. La gente es mala, va a su bola, no obedece como papá y mamá. Y la contrariedad le reconcome por dentro. Albondiguita mía, no te muerdas la lengua que la palmas.





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