sábado, 2 de febrero de 2013

1. Fito

Conoces gente peculiar en los bares. Tipos como Fito. Repeinado. Delgado como un alambre. Sientes una descarga eléctrica cuando te da la mano y una vaharada de azufre te asfixia cada vez que tose.
—El tabaco —alega con una risa, y enciende otro pitillo. A los ochenta y muchos años confesos, solo Dios sabe cuál es su edad, se mete entre pecho y espalda tres paquetes de tabaco y media docena de chupitos.
A las tres horas de empinar el codo se acomoda en el taburete del bar y mueve los brazos como quien lleva un avión. Y es que Fito fue capitán. Aquel zumbado estuvo en Vietnam. No fue uno de los muchos sanitarios con los que Franco dio tocomocho al presidente Johnson cuando el mandatario norteamericano le pidió tropas. El menda pilotó un caza. Alguna vez nos ha enseñado las fotos. Un héroe de guerra no fue, como él mismo dice:
No buscaba gloria y no la tuve, pero... la de dinero que hice allí, y con qué facilidad —recuerda con nostalgia—. Llevaba hierba hasta en los calzoncillos.
Y un camarada de armas tampoco.
—Yo me conocía el producto. Tan grandes, tan rubios, tan ricos, y luego se casaban con prostitutas. A mí nunca me ha gustado pagar por eso. —Se ajusta el nudo de la corbata en un gesto de coquetería. Un gentleman, ya te digo—. Me esperaba a que los mandaran a alguna misión y pim, pam, pum, me las pisaba a todas. Gratis. Total, ya tenían quien las mantuviera.
Y entonces, cuando ríe, parece recién salido de una película de miedo de la Hammer.
Un par de décadas después fue licenciado con deshonor por un asunto de drogas nunca del todo aclarado; enseguida montó varias sociedades con la mentalidad del empresario español del postfranquismo:
—Pagar es una vulgaridad.
Y es también un mal padre: poco antes de que todo se fuera al carajo emborrachó al más bobo de sus hijos para hacerle firmar un montón de papeles y convertirle en cabeza de turco, digo, en presidente de sus empresas. Al infeliz le cayeron diez años y un día en la Modelo por malversación, estafa y alzamiento de bienes. Fito, el padrazo, declaró en su contra.
—¿Y no te dio cosa empapelar a tu chaval? —le pregunté en una ocasión.
—En la guerra aprendes que no hay límites. Una pared no es el final del camino, la dinamitas y sigues. ¿Qué quieres que te diga? No tenía otro tonto a mano. —Se metió un orujo como quien bebe agua mineral—. Mejor él que yo.
Todo un filósofo este Fito.

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